25 de mayo de 2013

Proyecto de mayo: una canción

Hace mucho que no participaba en un proyecto, me hacía una gran falta. Así que decidí animarme y hacer algo de tiempo para escribir este relato, espero sea de su agrado, todas las críticas y opiniones son bien recibidas.
La canción que utilice de inspiración es la siguiente: http://www.youtube.com/watch?v=CtkQ4MjoEeM


Por si no te vuelvo a ver

Verónica llevaba una tranquila existencia. Estudiaba física en la universidad y trabajaba en el café de la familia los fines de semana. Se juntaba con poca gente, ya que se aburría fácilmente de las monótonas conversaciones y la mayoría del tiempo se la pasaba teorizando sobre el universo.

No creía propiamente en algo llamado amor ni en esas cosas que las películas y novelas románticas decían. Tenía veinte años, aunque se pensase que era menor por su baja estatura y cara redonda. Resultaba linda porque si y tenía una bonita sonrisa.

Aquel sábado servía un café descafeinado a una señora que obviamente le hacía falta un poco de azúcar en su vida. De pronto, su tranquilidad se vio completamente perturbada por la perversa sonrisa y la mano que despeinó sus castaños cabellos con recelo. El idiota de Héctor, atacaba nuevamente. ¿Hace cuanto había sido la última vez? Lo había olvidado.

—¡Vamos! Pon una cara más adorable que esa —dijo Héctor enérgicamente.
—Lárgate. Estoy trabajando, además no tengo tiempo para estar de juegos —respondió Verónica sin inmutarse, mientras se dirigía tras el mostrador. 
—¿Quién dijo que estoy de juegos? Solo vine a tomar un café.
—Muy bien. ¿Algo más?
—Oh sí, quiero una…
—una tartaleta de fresa.
—Exacto y el café…
—Lo quieres cargado sin azúcar y un poco de sal.
—Perfecto. Por eso te quiero, siempre sabes lo que quiero.
—Lo que dijiste no suena bien.
—¿Ah, sí? ¿Por qué?
—Me quieres porque se lo que quieres… sólo… no me parece bien.
—¿Y qué tal te va? —preguntó Héctor con deseos de alejarse de aquel iceberg.
—Como siempre.
—¿Qué es siempre?
—Ya sabes. Estudio, trabajo, estupideces y muchas más cosas patéticas de ese estilo.
—Así que sigues viendo la vida de esa tu forma absurda.
—¿Absurda? Por favor, el único absurdo aquí eres tú. ¿Qué diablos quieres?
—Mi café.
—Muy bien, señor. Aquí está su café, que lo disfrute.
—No recuerdo que fueras así de seria conmigo antes… nuestra relación era muy intima, según recuerdo.
—Pues recuerdas mal. Nunca tuvimos ninguna relación de ningún tipo. Aquí tienes tu tartaleta, come y lárgate.
—Que buen servicio.
—Oye, mira, lo siento. Es solo que no esperaba verte y me pones de los nervios.
—Comprendo. Es que últimamente estaba pensando mucho en ti y en lo bien que la pasamos juntos.
—Ya veo.
—Hace un buen tiempo que no sabía nada de ti, quería saber que tal estabas.
—Todo sigue igual. Que te hayas ido no cambió nada.
—Sabes, comencé a recordar la primera vez que nos vimos. Hace casi nueve años.
—Lo recuerdo, éramos unos niñitos muy raros y feos —expresó Verónica mirándolo por primera vez a los ojos. Ambos se sonrieron por unos breves segundos, interrumpidos por un muchacho solicitándole a ella, un latte macchiato.

Los recuerdos emergieron entre el vapor del café. La primera vez que se vieron tenían once años aproximadamente. Verónica lloraba, refugiada detrás de un ciprés en el viejo parque, de pronto sus llantos se mezclaron con unos sollozos ajenos, fue cuando sus miradas cristalinas coincidieron. En ese momento el grupo de niños grandes le había dado una paliza a Héctor, que quería tragarse las lágrimas, pero solo conseguía hacerlas aflorar mucho más. A ella le habían enseñado buenos modales, así que se acercó, le dio la mano temblando y dijo su nombre. Sonrieron y no se preguntaron porque lloraban, olvidaron los problemas, jugaron juntos sin más. Ese fue el error fatal, crecieron juntos y se acostumbraron a no hacer preguntas, solo jugar.

—Siempre pensé que fue cosa del destino. Que siempre hemos conseguido estar en el lugar indicado y las cosas suceden porque así deben de ser. Si me fui, es porque no tenía otra opción, pero nos hemos vuelto a encontrar.
—Prefiero pensar en que todo fue simple casualidad, créeme eso hace todo más fácil. Las cosas suceden porque nosotros queremos que sucedan. Y tenías opción ¿sabes? Podías haberme elegido a mí.
—Yo no…
—Tú decidiste irte y ahora has decidido venir a jugar otra vez. No trates de negarlo, realmente no importa.
—No te puedo engañar ¿cierto?  
—Ni un poco.

Verónica continuó atendiendo a los clientes, mientras Héctor jugueteaba con el tenedor. La verdad era que se sentía feliz con verlo de nuevo, pero le costaba un poco de trabajo admitirlo.
Pasaron las horas y estaba a punto de cerrar. Héctor continuaba sentado pacientemente, sin inmutarse. Verónica lo observó y sus miradas coincidieron por un instante fugaz.

—¿A qué le temes tanto? —preguntó el muchacho con una vaga sonrisa.
—¿En serio quieres saberlo?
—Por supuesto.
—Tengo miedo a seguir sintiendo lo mismo por ti. A querer intentarlo todo de nuevo y que te vayas como siempre.
—Nunca aprendemos la lección ¿cierto?
—Héctor, no quiero pasar por lo mismo otra vez.

Él se paró de pronto y le robó un beso. Verónica quiso alejarse de aquello, huir. Era demasiado tarde, estaba siendo atrapada nuevamente y eso no estaba bien.
¿Qué podía hacer? nadie le había enseñado que hacer en tal situación. Lo que acontecía no tenía nombre ni descripción. Era un abismo. Una farsa, pero no podía negarlo, lo deseaba tanto. Bastaba un beso para recordarlo todo y anhelarlo.

No pudo evitarlo, se dejaron llevar y arrastrar por aquella inexplicable emoción. No estaba bien, nada bien. Él podría irse en cualquier momento, pero ella estaría lista esta vez. Sin duda alguna, llevaría siempre puesto el abrigo, ya que cabía la posibilidad, que no le volviera a ver. Un riesgo más a tomar en un tranquilo día.