La canción que utilice de inspiración es la siguiente: http://www.youtube.com/watch?v=CtkQ4MjoEeM
Por
si no te vuelvo a ver
Verónica llevaba una tranquila existencia. Estudiaba
física en la universidad y trabajaba en el café de la familia los fines de
semana. Se juntaba con poca gente, ya que se aburría fácilmente de las
monótonas conversaciones y la mayoría del tiempo se la pasaba teorizando sobre
el universo.
No creía propiamente en algo llamado amor ni en esas
cosas que las películas y novelas románticas decían. Tenía veinte años, aunque
se pensase que era menor por su baja estatura y cara redonda. Resultaba linda
porque si y tenía una bonita sonrisa.
Aquel sábado servía un café descafeinado a una
señora que obviamente le hacía falta un poco de azúcar en su vida. De pronto,
su tranquilidad se vio completamente perturbada por la perversa sonrisa y la
mano que despeinó sus castaños cabellos con recelo. El idiota de Héctor,
atacaba nuevamente. ¿Hace cuanto había sido la última vez? Lo había olvidado.
—¡Vamos! Pon una cara más adorable que esa —dijo
Héctor enérgicamente.
—Lárgate. Estoy trabajando, además no tengo tiempo
para estar de juegos —respondió Verónica sin inmutarse, mientras se dirigía
tras el mostrador.
—¿Quién dijo que estoy de juegos? Solo vine a tomar
un café.
—Muy bien. ¿Algo más?
—Oh sí, quiero una…
—una tartaleta de fresa.
—Exacto y el café…
—Lo quieres cargado sin azúcar y un poco de sal.
—Perfecto. Por eso te quiero, siempre sabes lo que
quiero.
—Lo que dijiste no suena bien.
—¿Ah, sí? ¿Por qué?
—Me quieres porque se lo que quieres… sólo… no me
parece bien.
—¿Y qué tal te va? —preguntó Héctor con deseos de alejarse
de aquel iceberg.
—Como siempre.
—¿Qué es siempre?
—Ya sabes. Estudio, trabajo, estupideces y muchas
más cosas patéticas de ese estilo.
—Así que sigues viendo la vida de esa tu forma
absurda.
—¿Absurda? Por favor, el único absurdo aquí eres tú.
¿Qué diablos quieres?
—Mi café.
—Muy bien, señor. Aquí está su café, que lo
disfrute.
—No recuerdo que fueras así de seria conmigo antes…
nuestra relación era muy intima, según recuerdo.
—Pues recuerdas mal. Nunca tuvimos ninguna relación
de ningún tipo. Aquí tienes tu tartaleta, come y lárgate.
—Que buen servicio.
—Oye, mira, lo siento. Es solo que no esperaba verte
y me pones de los nervios.
—Comprendo. Es que últimamente estaba pensando mucho
en ti y en lo bien que la pasamos juntos.
—Ya veo.
—Hace un buen tiempo que no sabía nada de ti, quería
saber que tal estabas.
—Todo sigue igual. Que te hayas ido no cambió nada.
—Sabes, comencé a recordar la primera vez que nos
vimos. Hace casi nueve años.
—Lo recuerdo, éramos unos niñitos muy raros y feos
—expresó Verónica mirándolo por primera vez a los ojos. Ambos se sonrieron por
unos breves segundos, interrumpidos por un muchacho solicitándole a ella, un latte
macchiato.
Los recuerdos emergieron entre el vapor del café. La
primera vez que se vieron tenían once años aproximadamente. Verónica lloraba,
refugiada detrás de un ciprés en el viejo parque, de pronto sus llantos se
mezclaron con unos sollozos ajenos, fue cuando sus miradas cristalinas
coincidieron. En ese momento el grupo de niños grandes le había dado una paliza
a Héctor, que quería tragarse las lágrimas, pero solo conseguía hacerlas
aflorar mucho más. A ella le habían enseñado buenos modales, así que se acercó,
le dio la mano temblando y dijo su nombre. Sonrieron y no se preguntaron porque
lloraban, olvidaron los problemas, jugaron juntos sin más. Ese fue el error
fatal, crecieron juntos y se acostumbraron a no hacer preguntas, solo jugar.
—Siempre pensé que fue cosa del destino. Que siempre
hemos conseguido estar en el lugar indicado y las cosas suceden porque así
deben de ser. Si me fui, es porque no tenía otra opción, pero nos hemos vuelto
a encontrar.
—Prefiero pensar en que todo fue simple casualidad,
créeme eso hace todo más fácil. Las cosas suceden porque nosotros queremos que
sucedan. Y tenías opción ¿sabes? Podías haberme elegido a mí.
—Yo no…
—Tú decidiste irte y ahora has decidido venir a
jugar otra vez. No trates de negarlo, realmente no importa.
—No te puedo engañar ¿cierto?
—Ni un poco.
Verónica continuó atendiendo a los clientes,
mientras Héctor jugueteaba con el tenedor. La verdad era que se sentía feliz
con verlo de nuevo, pero le costaba un poco de trabajo admitirlo.
Pasaron las horas y estaba a punto de cerrar. Héctor
continuaba sentado pacientemente, sin inmutarse. Verónica lo observó y sus
miradas coincidieron por un instante fugaz.
—¿A qué le temes tanto? —preguntó el muchacho con
una vaga sonrisa.
—¿En serio quieres saberlo?
—Por supuesto.
—Tengo miedo a seguir sintiendo lo mismo por ti. A querer
intentarlo todo de nuevo y que te vayas como siempre.
—Nunca aprendemos la lección ¿cierto?
—Héctor, no quiero pasar por lo mismo otra vez.
Él se paró de pronto y le robó un beso. Verónica quiso alejarse de aquello, huir. Era demasiado tarde, estaba siendo atrapada nuevamente y eso no estaba bien.
¿Qué podía hacer? nadie le había enseñado que hacer en
tal situación. Lo que acontecía no tenía nombre ni descripción. Era un abismo.
Una farsa, pero no podía negarlo, lo deseaba tanto. Bastaba un beso para
recordarlo todo y anhelarlo.