27 de noviembre de 2013

Proyecto de noviembre: Yo

Luego de un cierto largo tiempo vuelvo a publicar por acá. Me emocionó mucho poder tener un poco de tiempo para escribir de nuevo. A partir de este ejercicio me surgió un relato un tanto extraño, a mi parecer. La historia es una serie de constantes divagaciones por parte de un muchacho. Se me hizo un poco largo, creo que se debe a los deseos que tenía de escribir, me disculpo por ello. Realmente extrañaba hacerlo. Sin más, aquí les dejo este relato de un protagonista cuyo nombre nunca se menciona, puede ser cualquier de esos chicos que se ven en la calle caminando con la mirada perdida.

Sábado 

Es un sábado por la tarde y no tengo mucho que hacer. Podría pasar horas frente al monitor de la computadora: viendo películas, buscando imágenes inspiradoras, chateando con personas que no me interesan en lo más mínimo, actualizando mis cuentas, descargando libros, escuchando música, jugando juegos en línea. Es toda la diversión que conozco. Unas cuantas sodas y una bolsa de frituras harían mi fin de semana perfecto.
Pero decidí salir a caminar solo hacía ninguna parte. Caminar un rato por el parque, el cual está casi vacío. No hay niños jugando, no hay amantes besándose. Tal vez el frío los ahuyentó a todos. Ya casi se acaba el año, se puede sentir en el aire, en la brisa que arrastra las hojas. Es como si quisiera decirnos que pronto nos arrastrara hacia otro año que puede resultar distinto o idéntico a este. No sé que da más miedo, que pueda ser un año mucho peor y catastrófico o que no suceda nada diferente. No sé si es peor el dolor o la nada.

Me encuentro con la primera adolescente que he visto en todo el parque. Es una chica de catorce años, ¿tal vez?, cuyo rostro se encuentra cubierto de pecas y posee un cabello castaño muy desastroso. Se mira triste y enfadada, quizá tuvo una pelea con su madre. A medida que creces dejas de llorar por lo que dicen tus padres, sus palabras hirientes se convierten en un eco, aún las escuchas y te lastiman, pero ya las conoces tan bien que el dolor se vuelve inconsciente. Me gustaría vivir en una sociedad en la que pudiese ir directo hacia esa chica, abrazarla y decirle que con el tiempo todo será mejor. Pero en esta sociedad me creerían alguna clase de violador pederasta y tampoco es como si pudiese mentirle descaradamente. Las cosas en este mundo no van para mejor, ni un poco.
Ella se sienta en una banca vacía. Comienza a llorar y marca un número en su celular. Nadie contesta su llamada y yo sigo mi camino, consciente que nunca volveré a verla ni conoceré su historia. Entonces me la imagino en un futuro como una ejecutiva incapaz de mantener relaciones sanas con las demás personas y que por las noches llora hasta quedarse dormida. Sola, completamente sola. Siempre imagino futuros tristes para desconocidos, quizá es porque quiero pensar que no soy el único que sufre o sufrirá.
No soporto más el frío y decido pasar por algún café, a esta hora tal vez me encuentre un lugar tranquilo en el que estar. Estoy triste, aunque no quiera pensar en eso, no logró evitar sentirme así sobre cada cosa en el universo. Puede que el calor de una cafetería me quite un poco de mi tristeza o puede que el vapor empeoré todo.

Cuando caminas por las confusas avenidas, atravesando calles, evitando autos y personas. Nadando contra la corriente. Es el momento en el que extrañas el solitario parque donde ya nadie va a pasear porque tenemos mejores cosas que hacer como perdernos en la gran ciudad.
A veces creo que debo tener la mentalidad de un adolescente, siempre les miro por las calles y me siento como uno de ellos, mientras camino. Son a quienes más quisiera prevenir. Quisiera decirles, carajo, deja de crecer, idiota. ¿No ves qué estas perfecto así? ¿Por qué quieres ser un adulto tan rápido? No hay nada bueno aquí. Luego querrás detener el tiempo.
Quiero detener el tiempo. Al final entro en una vieja cafetería que hace mucho no visitaba. La campanilla suena cuando abro la puerta y recuerdo todas las veces que sonó de la misma manera cuando la abría junto a Jacqueline.
Porque las campanillas en las puertas de las cafeterías nunca paran de sonar, a pesar de que no haya una Jacqueline para que las oiga. Soy un tonto por pensar en venir aquí, donde sólo puedo recordar cosas bonitas, sería más fácil si los recuerdos fueran feos. Me sentiría agradecido, pero al final ella tenía razón. Que me iba arrepentir de perderla, que me iba a doler vivir sin ella.
Aunque no la perdí, es decir, ¿cómo diablos se pierde a alguien? No es como si la subí en mi coche a base de mentiras, conduje hasta el bosque y la deje abandonada en medio de la nada para que muriese de hambre y sed. Nadie la secuestró, nadie la asesinó. Ella sigue viviendo en el mismo apartamento desordenado de siempre. Sigue trabajando en la misma librería, sigue usando la misma falda floreada que tanto le gusta, continua riéndose al ver las caricaturas por las noches y sigue pintando retratos de extraños en sus fines de semanas libres. Así que no se perdió, yo no la perdí. Las personas no se pierden así.
Las personas eligen irse y continuar sus vidas sin ti. Eso es todo.

Y no me puede doler eso, porque ya vivía mi vida sin ella antes de conocerla. Pude sobrevivir todos esos tantos años de infancia y juventud sin estar a su lado, por lo que puedo continuar viviendo lo que me queda sin necesitarla o sin que me duela. Pero a Jacquie siempre le gustaron las metáforas y los nudos narrativos. O tal vez era yo, quien siempre hablo demasiado y buscó hundirnos en un drama. Es tan raro ya no poder hablar de “nosotros” porque ya no existe un “nosotros”. Ya no hay nada, puedo saberlo todo sobre Jacquie, pero ella ya no es real en mi vida. Es una desconocida, sin embargo se incluso cuáles son sus calcetines favoritos y como luce cuando se despierta todas las mañanas.
Y en todo lo que divago en mi mente, me encuentro sentado en una mesa para dos, junto a la vitrina. El café se enfrió y no tengo con quien conversar un rato. Elijo ya no recordar a Jacquie porque ya no es real, he clausurado sus recuerdos de mi mente. Las heridas se cosen con las agujas del reloj, pero las personas olvidan que siempre quedan cicatrices. Horribles cicatrices que, aunque ya no duelan, no puedes olvidar como te las hiciste.

Miro el reloj de pulsera en mi muñeca. Gloria me espera en casa, debe estar molesta. Me la imagino conversando con el retrato de Ricardo, comentándole sobre el terrible hijo que tuvieron. Que soy un bueno para nada, que todo es culpa de él por haberme consentido demasiado. Estoy listo para marcharme, el café estaba demasiado helado y amargo, pero me lo he tragado sin parpadear. Dejo la propina en mi mesa para la mesera que no se lo merece porque, ni siquiera, me ha sonreído al atenderme, pero pienso en lo horrible que debe ser sonreír a toda clase de idiotas que entran por un café y siento lástima por ella.
Me voy hacía mi medio vacía o medio llena vida de nuevo, no sin antes observar la camiseta de un muchacho que toma un café helado, a pesar del frío, y lee algo aparentemente interesante en su kindle.
 Never let them break your heart. Nunca dejes que te rompan el corazón, pero sí que es fácil poner eso escrito en blanco sobre una tela oscura. Sí que es genial. Pero, ¿cómo evitarlo? Si ya sé que un corazón no se puede romper; tal vez extirpar, lo que causaría la muerte instantánea de la persona, y de seguro te llevan a la cárcel por ello. Si ya sé que es una puta expresión de las que tanto le encantan a Jacquie... ¿O le encantaban?
 Si ya sé que igual me dan ganas de llorar al pensar en todos los supuestos seres humanos que me han roto la vida desde que tengo conciencia. Y nunca he aprendido la lección. Siempre les he dejado hacer lo que quieran. Porque entre sentir dolor y no sentir nada. Prefiero el dolor que me recuerda que sigo con vida y algo puede cambiar. Siempre habrá algún momento que me hará feliz, a pesar de todo el infierno que pueda vivir. Lo hago por la felicidad que resulta en un día, en una tarde, en una hora, en un minuto o en un segundo bien invertido.