23 de febrero de 2015

Proyecto del mes: aeropuertos

Después de una larga temporada sin poder participar, me alegra estar de regreso con este relato. Es una historia bastante simple, un intento por describir ese amor que nos hace viajar fronteras o arriesgarnos a comenzar nuevas vidas lejos de casa. Tal vez no sea muy romántico y puede que haya descrito también el amor familiar, pero toda clase de amor es importante. 

Saludos y feliz mes. 

Frase: “Le aterraba que al perder los pequeños detalles, terminase perdiendo algo mucho más importante”.

Aeropuertos

Faltaban veinte minutos para el aterrizaje. Georgina jugaba con el libro que sostenía en sus manos, pasaba las páginas de prisa sin prestar demasiada atención y algunas veces se detenía a leer el mismo párrafo. Le era imposible concentrarse, se sentía inquieta.
Dirigió su mirada a la ventanilla que se encontraba a su lado, no podía distinguir más que la blancura de las nubes y la cegadora luz solar.
—¿Le molesta si la cierro? —preguntó Georgina a su compañera de asiento.
—No, claro que no —respondió con amabilidad la señora del asiento contiguo a ella.

Georgina cerró los ojos y respiró hondo. Aquel era su primer viaje y no tenía un boleto de retorno.
En su mente se dibujaba el rostro de su madre y hermanas. No podía creer que ya no las vería a diario, nunca habría imaginado que seguiría su vida un continente lejos de su familia.
Su madre no le había acompañado al aeropuerto y ella comprendía la razón. Si no había despedida, quizás dolería menos. Mario, su mejor amigo, le había ido a dejar junto a sus hermanas. Lo que más le partía el corazón era la mirada que le había dirigido su hermana pequeña; apenas tenía ocho años y no comprendía lo que significaban aquellos aviones, aquellas distancias.
Ella sabía que su relación nunca volvería a ser la misma; podría verla de vez en cuando, con suerte una vez al año, en el peor de los casos cada dos o tres años. Tendrían que estar siempre pendientes de sus pasaportes, visas y cada vez los aeropuertos tenían políticas mucho más rigurosas.
Su hermana crecería pensando en ella como un familiar lejano. Los lazos de familia, por muy indestructibles que fuesen, no ayudarían a que ella formase parte importante de la vida de su hermana menor. Se perdería los almuerzos familiares, las noches de desvelos, los domingos frente al televisor y las tardes de tareas.

Siempre había sido consciente de que tarde o temprano debía de abandonar el hogar, pero nunca imaginó la distancia que debía recorrer. Le aterraba que al perder los pequeños detalles, terminase perdiendo algo mucho más importante
¿Qué haría si se sentía sola al llegar a aquel desconocido país? ¿Qué pasaría si se sentía mareada por los cambios de horario y el idioma extranjero? Algunas veces creía que estaba sacrificando demasiado, dejando una familia, una vida y todo por un muchacho. ¿Qué perdía él? ¿Qué entregaba a cambio? Comprendía que no se trataba de una competencia por quién sacrificaba más, además que ambos tendrían mayores oportunidades en aquel país; Rob manejaba una agencia de publicidad y ella se incorporaría a trabajar con él. La decisión del matrimonio acarreaba consigo lo obvio: ella debía ir a vivir con él. ¿Quién no quisiera mudarse a Londres? Sin embargo, tenía tanto miedo de arrepentirse de tal decisión.

La boda se realizaría en cinco semanas, sería un evento sencillo, pero su familia no podría asistir. Su madre y tíos no se encontraban en un buen momento económico, Rob había ofrecido regalar el vuelo a su madre, pero ella no podía marchar sin sus otras hijas.
Su madre no le había recriminado la decisión de marchar, se había comportado bastante comprensiva e incluso le animó a realizar sus sueños.
¿Aquel era su sueño? Georgina no lo creía. Estaba segura que alcanzaría sus sueños al comenzar el trabajo, incluso podía decidirse a realizar algún estudio. No quería que su vida se acabase en un matrimonio y Rob lo sabía.

Cuando anunciaron que el avión estaba a punto de aterrizar, Georgina comenzó a teorizar sobre el amor. Ya se había enamorado antes, pero este parecía ser el correcto, realmente esperaba que fuese el definitivo.
Con Rob las cosas habían sido distintas desde el comienzo; llevaban ya dos años de una relación a distancia, sostenida principalmente a través de videollamadas. Ella no comprendía la naturaleza de aquel amor por medio de la tecnología. ¿Cómo alguien que le visitaba solamente en las vacaciones de invierno podría ser su futuro esposo? No lo sabía, pero estaba segura que no podría cometer aquella locura con nadie más que él. Pensar en pasar los siguientes años de su vida junto a Rob no parecía un terrible castigo, como normalmente catalogaba al matrimonio. Se sentía feliz, complacida de haber encontrado a una persona que jamás pensó que encontraría. Ya se hallaba acostumbrada a saltar de una relación mediocre a otra; siempre creyó que era natural que dos personas no encajasen y mucho más cotidiano, quejarse de los defectos de la pareja o sufrir por peleas sin sentido. Al conocer a Rob fue distinto, apenas discutían y en realidad encajaban bastante bien. No sintió por él una pasión desenfrenada, pero pensaba que el amor y amistad que ambos compartían era lo que les mantenía unidos. Sabía muy bien que al llegar al aeropuerto no saltaría en sus brazos ni se besarían hasta perder el aliento. Tal vez le diese un pequeño beso y luego fuesen por algo de comer, eso era lo que le encantaba de su relación: ya no sentirse como una adolescente hormonal. Ya no tener que correr hacia el abismo. 

El avión aterrizó con éxito, Georgina no tenía una respuesta sobre qué era el amor ni una explicación lógica sobre sus sentimientos. Solamente lo sentía, sentía que amaba a Rob y por ello comenzaría una nueva vida junto a él. No se sentiría sola ni tendría miedo a lo desconocido, si ambos se enfrentaban juntos a aquella extraña etapa. Ahora él formaba parte de su familia y por un momento creyó darse cuenta que no estaba perdiendo a su madre ni hermanas. Las distancias no romperían aquel lazo y los cambios eran parte de la vida. 

Había llegado al desconocido aeropuerto, no se sintió perdida, sólo se dejo llevar por la marea de personas que seguían sus propios caminos. 

27 de marzo de 2014

Proyecto de marzo: El desafío

Luego de unos cuantos meses sin participar decidí dedicarle un tiempo al ejercicio de este mes :) 
Fue un reto, especialmente por la construcción de la escena, pero no sentí la necesidad de cambiarla, me gustaba la manera en que estaba escrita, generaba misterio. 
Sin embargo cuando intenté desarrollarla tuve varios problemas. En primer lugar sentí la presión de decepcionar al autor de la escena y en segundo, me he oxidado en cuanto a escritura y creatividad se refiere. 
De antemano agradezco a todos los que se tomen su tiempo en leerlo y como siempre acepto sus respectivas criticas. De ahora en adelante me propongo a mejorar mi escritura. Saludos a todos.



El comienzo del final



Una mujer abofetea a un hombre inconsciente, quizá muerto. Resultaría sumamente preocupante para los testigos con un mínimo de empatía, si es que hubiera testigos y ninguno de ellos estuviera pensando en la lluvia de palomas de colores neón de las que tampoco se sabe si están muertas o no.

Los sucesos parecen ir en cámara lenta. Nadie es capaz de expresar una sola palabra en toda la ciudad. El silencio y una terrible presión se erigen sobre ella. Cualquiera pensaría que aquel es el fin, si tan sólo pudiesen pensar.
La mujer observa al hombre, continua inconsciente. Intenta concentrarse en los eventos que los arrastraron hasta aquel preciso momento; de pronto se da cuenta que no hay nadie alrededor. Algo terrible debe estar ocurriendo. Lo inevitable.

Comienza a llover en la ciudad. Todos los habitantes pueden sentirlo, las palomas son tan sólo el primer aviso. Algo viene, se acerca.
El hombre abre los ojos con dificultad. Mira a la mujer.
—Lo siento, he fallado.
—Hemos fallado juntos —corrige ella.
—Le hemos fallado a todos.
Ambos se miran con dureza. La mujer sabe que nunca antes ha cometido ni un solo error en su trabajo, hasta ahora. El peor error de todos.

En su confortable hogar, un niño mira a través de la ventana, observa el caos acercándose. Aves agonizantes, una lluvia tempestuosa, un cielo oscuro, personas aterradas corriendo. El niño busca a la madre, pero no la encuentra, entonces escucha una dulce voz familiar.
—Ven, mi pequeño. Es hora de dormir —dice la madre. Está en la habitación, sola. Una parte de ella sabe lo que ocurre e intenta asimilarlo. No quiere verlo.
El niño duda, sin embargo, corre a los brazos de su madre. Unos minutos después ya está soñando. En la ciudad muchos han decidido hacer lo mismo. Duermen profundamente, abrazados.

—Debe haber otra manera —dice el hombre. La cabeza le está matando.
—No la hay —responde la mujer con seriedad.
—Siempre hay esperanza —dice él y saborea la última palabra.
Si tan solo alguien pudiese salvarlos; todo sería mucho más sencillo si ellos no fueran los héroes hipotéticos de la historia.

Ambos miran al cielo y les recuerda a un agujero negro. Ella se pregunta si dolerá, mientras él intenta encontrar alternativas.Ya no hay nadie por las calles.
—Pudimos hacerlo mejor… —dice el hombre y una lágrima corre por su mejilla.
—Dimos lo mejor de nosotros. No siempre se puede salvar el mundo.

La ciudad desaparece y  ya no somos capaces de ver lo que ocurre con ella y sus habitantes. Ya no somos capaces de sentir. Nos evaporamos. 

27 de noviembre de 2013

Proyecto de noviembre: Yo

Luego de un cierto largo tiempo vuelvo a publicar por acá. Me emocionó mucho poder tener un poco de tiempo para escribir de nuevo. A partir de este ejercicio me surgió un relato un tanto extraño, a mi parecer. La historia es una serie de constantes divagaciones por parte de un muchacho. Se me hizo un poco largo, creo que se debe a los deseos que tenía de escribir, me disculpo por ello. Realmente extrañaba hacerlo. Sin más, aquí les dejo este relato de un protagonista cuyo nombre nunca se menciona, puede ser cualquier de esos chicos que se ven en la calle caminando con la mirada perdida.

Sábado 

Es un sábado por la tarde y no tengo mucho que hacer. Podría pasar horas frente al monitor de la computadora: viendo películas, buscando imágenes inspiradoras, chateando con personas que no me interesan en lo más mínimo, actualizando mis cuentas, descargando libros, escuchando música, jugando juegos en línea. Es toda la diversión que conozco. Unas cuantas sodas y una bolsa de frituras harían mi fin de semana perfecto.
Pero decidí salir a caminar solo hacía ninguna parte. Caminar un rato por el parque, el cual está casi vacío. No hay niños jugando, no hay amantes besándose. Tal vez el frío los ahuyentó a todos. Ya casi se acaba el año, se puede sentir en el aire, en la brisa que arrastra las hojas. Es como si quisiera decirnos que pronto nos arrastrara hacia otro año que puede resultar distinto o idéntico a este. No sé que da más miedo, que pueda ser un año mucho peor y catastrófico o que no suceda nada diferente. No sé si es peor el dolor o la nada.

Me encuentro con la primera adolescente que he visto en todo el parque. Es una chica de catorce años, ¿tal vez?, cuyo rostro se encuentra cubierto de pecas y posee un cabello castaño muy desastroso. Se mira triste y enfadada, quizá tuvo una pelea con su madre. A medida que creces dejas de llorar por lo que dicen tus padres, sus palabras hirientes se convierten en un eco, aún las escuchas y te lastiman, pero ya las conoces tan bien que el dolor se vuelve inconsciente. Me gustaría vivir en una sociedad en la que pudiese ir directo hacia esa chica, abrazarla y decirle que con el tiempo todo será mejor. Pero en esta sociedad me creerían alguna clase de violador pederasta y tampoco es como si pudiese mentirle descaradamente. Las cosas en este mundo no van para mejor, ni un poco.
Ella se sienta en una banca vacía. Comienza a llorar y marca un número en su celular. Nadie contesta su llamada y yo sigo mi camino, consciente que nunca volveré a verla ni conoceré su historia. Entonces me la imagino en un futuro como una ejecutiva incapaz de mantener relaciones sanas con las demás personas y que por las noches llora hasta quedarse dormida. Sola, completamente sola. Siempre imagino futuros tristes para desconocidos, quizá es porque quiero pensar que no soy el único que sufre o sufrirá.
No soporto más el frío y decido pasar por algún café, a esta hora tal vez me encuentre un lugar tranquilo en el que estar. Estoy triste, aunque no quiera pensar en eso, no logró evitar sentirme así sobre cada cosa en el universo. Puede que el calor de una cafetería me quite un poco de mi tristeza o puede que el vapor empeoré todo.

Cuando caminas por las confusas avenidas, atravesando calles, evitando autos y personas. Nadando contra la corriente. Es el momento en el que extrañas el solitario parque donde ya nadie va a pasear porque tenemos mejores cosas que hacer como perdernos en la gran ciudad.
A veces creo que debo tener la mentalidad de un adolescente, siempre les miro por las calles y me siento como uno de ellos, mientras camino. Son a quienes más quisiera prevenir. Quisiera decirles, carajo, deja de crecer, idiota. ¿No ves qué estas perfecto así? ¿Por qué quieres ser un adulto tan rápido? No hay nada bueno aquí. Luego querrás detener el tiempo.
Quiero detener el tiempo. Al final entro en una vieja cafetería que hace mucho no visitaba. La campanilla suena cuando abro la puerta y recuerdo todas las veces que sonó de la misma manera cuando la abría junto a Jacqueline.
Porque las campanillas en las puertas de las cafeterías nunca paran de sonar, a pesar de que no haya una Jacqueline para que las oiga. Soy un tonto por pensar en venir aquí, donde sólo puedo recordar cosas bonitas, sería más fácil si los recuerdos fueran feos. Me sentiría agradecido, pero al final ella tenía razón. Que me iba arrepentir de perderla, que me iba a doler vivir sin ella.
Aunque no la perdí, es decir, ¿cómo diablos se pierde a alguien? No es como si la subí en mi coche a base de mentiras, conduje hasta el bosque y la deje abandonada en medio de la nada para que muriese de hambre y sed. Nadie la secuestró, nadie la asesinó. Ella sigue viviendo en el mismo apartamento desordenado de siempre. Sigue trabajando en la misma librería, sigue usando la misma falda floreada que tanto le gusta, continua riéndose al ver las caricaturas por las noches y sigue pintando retratos de extraños en sus fines de semanas libres. Así que no se perdió, yo no la perdí. Las personas no se pierden así.
Las personas eligen irse y continuar sus vidas sin ti. Eso es todo.

Y no me puede doler eso, porque ya vivía mi vida sin ella antes de conocerla. Pude sobrevivir todos esos tantos años de infancia y juventud sin estar a su lado, por lo que puedo continuar viviendo lo que me queda sin necesitarla o sin que me duela. Pero a Jacquie siempre le gustaron las metáforas y los nudos narrativos. O tal vez era yo, quien siempre hablo demasiado y buscó hundirnos en un drama. Es tan raro ya no poder hablar de “nosotros” porque ya no existe un “nosotros”. Ya no hay nada, puedo saberlo todo sobre Jacquie, pero ella ya no es real en mi vida. Es una desconocida, sin embargo se incluso cuáles son sus calcetines favoritos y como luce cuando se despierta todas las mañanas.
Y en todo lo que divago en mi mente, me encuentro sentado en una mesa para dos, junto a la vitrina. El café se enfrió y no tengo con quien conversar un rato. Elijo ya no recordar a Jacquie porque ya no es real, he clausurado sus recuerdos de mi mente. Las heridas se cosen con las agujas del reloj, pero las personas olvidan que siempre quedan cicatrices. Horribles cicatrices que, aunque ya no duelan, no puedes olvidar como te las hiciste.

Miro el reloj de pulsera en mi muñeca. Gloria me espera en casa, debe estar molesta. Me la imagino conversando con el retrato de Ricardo, comentándole sobre el terrible hijo que tuvieron. Que soy un bueno para nada, que todo es culpa de él por haberme consentido demasiado. Estoy listo para marcharme, el café estaba demasiado helado y amargo, pero me lo he tragado sin parpadear. Dejo la propina en mi mesa para la mesera que no se lo merece porque, ni siquiera, me ha sonreído al atenderme, pero pienso en lo horrible que debe ser sonreír a toda clase de idiotas que entran por un café y siento lástima por ella.
Me voy hacía mi medio vacía o medio llena vida de nuevo, no sin antes observar la camiseta de un muchacho que toma un café helado, a pesar del frío, y lee algo aparentemente interesante en su kindle.
 Never let them break your heart. Nunca dejes que te rompan el corazón, pero sí que es fácil poner eso escrito en blanco sobre una tela oscura. Sí que es genial. Pero, ¿cómo evitarlo? Si ya sé que un corazón no se puede romper; tal vez extirpar, lo que causaría la muerte instantánea de la persona, y de seguro te llevan a la cárcel por ello. Si ya sé que es una puta expresión de las que tanto le encantan a Jacquie... ¿O le encantaban?
 Si ya sé que igual me dan ganas de llorar al pensar en todos los supuestos seres humanos que me han roto la vida desde que tengo conciencia. Y nunca he aprendido la lección. Siempre les he dejado hacer lo que quieran. Porque entre sentir dolor y no sentir nada. Prefiero el dolor que me recuerda que sigo con vida y algo puede cambiar. Siempre habrá algún momento que me hará feliz, a pesar de todo el infierno que pueda vivir. Lo hago por la felicidad que resulta en un día, en una tarde, en una hora, en un minuto o en un segundo bien invertido. 

25 de mayo de 2013

Proyecto de mayo: una canción

Hace mucho que no participaba en un proyecto, me hacía una gran falta. Así que decidí animarme y hacer algo de tiempo para escribir este relato, espero sea de su agrado, todas las críticas y opiniones son bien recibidas.
La canción que utilice de inspiración es la siguiente: http://www.youtube.com/watch?v=CtkQ4MjoEeM


Por si no te vuelvo a ver

Verónica llevaba una tranquila existencia. Estudiaba física en la universidad y trabajaba en el café de la familia los fines de semana. Se juntaba con poca gente, ya que se aburría fácilmente de las monótonas conversaciones y la mayoría del tiempo se la pasaba teorizando sobre el universo.

No creía propiamente en algo llamado amor ni en esas cosas que las películas y novelas románticas decían. Tenía veinte años, aunque se pensase que era menor por su baja estatura y cara redonda. Resultaba linda porque si y tenía una bonita sonrisa.

Aquel sábado servía un café descafeinado a una señora que obviamente le hacía falta un poco de azúcar en su vida. De pronto, su tranquilidad se vio completamente perturbada por la perversa sonrisa y la mano que despeinó sus castaños cabellos con recelo. El idiota de Héctor, atacaba nuevamente. ¿Hace cuanto había sido la última vez? Lo había olvidado.

—¡Vamos! Pon una cara más adorable que esa —dijo Héctor enérgicamente.
—Lárgate. Estoy trabajando, además no tengo tiempo para estar de juegos —respondió Verónica sin inmutarse, mientras se dirigía tras el mostrador. 
—¿Quién dijo que estoy de juegos? Solo vine a tomar un café.
—Muy bien. ¿Algo más?
—Oh sí, quiero una…
—una tartaleta de fresa.
—Exacto y el café…
—Lo quieres cargado sin azúcar y un poco de sal.
—Perfecto. Por eso te quiero, siempre sabes lo que quiero.
—Lo que dijiste no suena bien.
—¿Ah, sí? ¿Por qué?
—Me quieres porque se lo que quieres… sólo… no me parece bien.
—¿Y qué tal te va? —preguntó Héctor con deseos de alejarse de aquel iceberg.
—Como siempre.
—¿Qué es siempre?
—Ya sabes. Estudio, trabajo, estupideces y muchas más cosas patéticas de ese estilo.
—Así que sigues viendo la vida de esa tu forma absurda.
—¿Absurda? Por favor, el único absurdo aquí eres tú. ¿Qué diablos quieres?
—Mi café.
—Muy bien, señor. Aquí está su café, que lo disfrute.
—No recuerdo que fueras así de seria conmigo antes… nuestra relación era muy intima, según recuerdo.
—Pues recuerdas mal. Nunca tuvimos ninguna relación de ningún tipo. Aquí tienes tu tartaleta, come y lárgate.
—Que buen servicio.
—Oye, mira, lo siento. Es solo que no esperaba verte y me pones de los nervios.
—Comprendo. Es que últimamente estaba pensando mucho en ti y en lo bien que la pasamos juntos.
—Ya veo.
—Hace un buen tiempo que no sabía nada de ti, quería saber que tal estabas.
—Todo sigue igual. Que te hayas ido no cambió nada.
—Sabes, comencé a recordar la primera vez que nos vimos. Hace casi nueve años.
—Lo recuerdo, éramos unos niñitos muy raros y feos —expresó Verónica mirándolo por primera vez a los ojos. Ambos se sonrieron por unos breves segundos, interrumpidos por un muchacho solicitándole a ella, un latte macchiato.

Los recuerdos emergieron entre el vapor del café. La primera vez que se vieron tenían once años aproximadamente. Verónica lloraba, refugiada detrás de un ciprés en el viejo parque, de pronto sus llantos se mezclaron con unos sollozos ajenos, fue cuando sus miradas cristalinas coincidieron. En ese momento el grupo de niños grandes le había dado una paliza a Héctor, que quería tragarse las lágrimas, pero solo conseguía hacerlas aflorar mucho más. A ella le habían enseñado buenos modales, así que se acercó, le dio la mano temblando y dijo su nombre. Sonrieron y no se preguntaron porque lloraban, olvidaron los problemas, jugaron juntos sin más. Ese fue el error fatal, crecieron juntos y se acostumbraron a no hacer preguntas, solo jugar.

—Siempre pensé que fue cosa del destino. Que siempre hemos conseguido estar en el lugar indicado y las cosas suceden porque así deben de ser. Si me fui, es porque no tenía otra opción, pero nos hemos vuelto a encontrar.
—Prefiero pensar en que todo fue simple casualidad, créeme eso hace todo más fácil. Las cosas suceden porque nosotros queremos que sucedan. Y tenías opción ¿sabes? Podías haberme elegido a mí.
—Yo no…
—Tú decidiste irte y ahora has decidido venir a jugar otra vez. No trates de negarlo, realmente no importa.
—No te puedo engañar ¿cierto?  
—Ni un poco.

Verónica continuó atendiendo a los clientes, mientras Héctor jugueteaba con el tenedor. La verdad era que se sentía feliz con verlo de nuevo, pero le costaba un poco de trabajo admitirlo.
Pasaron las horas y estaba a punto de cerrar. Héctor continuaba sentado pacientemente, sin inmutarse. Verónica lo observó y sus miradas coincidieron por un instante fugaz.

—¿A qué le temes tanto? —preguntó el muchacho con una vaga sonrisa.
—¿En serio quieres saberlo?
—Por supuesto.
—Tengo miedo a seguir sintiendo lo mismo por ti. A querer intentarlo todo de nuevo y que te vayas como siempre.
—Nunca aprendemos la lección ¿cierto?
—Héctor, no quiero pasar por lo mismo otra vez.

Él se paró de pronto y le robó un beso. Verónica quiso alejarse de aquello, huir. Era demasiado tarde, estaba siendo atrapada nuevamente y eso no estaba bien.
¿Qué podía hacer? nadie le había enseñado que hacer en tal situación. Lo que acontecía no tenía nombre ni descripción. Era un abismo. Una farsa, pero no podía negarlo, lo deseaba tanto. Bastaba un beso para recordarlo todo y anhelarlo.

No pudo evitarlo, se dejaron llevar y arrastrar por aquella inexplicable emoción. No estaba bien, nada bien. Él podría irse en cualquier momento, pero ella estaría lista esta vez. Sin duda alguna, llevaría siempre puesto el abrigo, ya que cabía la posibilidad, que no le volviera a ver. Un riesgo más a tomar en un tranquilo día.

29 de enero de 2013

Proyecto de Enero: El Fin del Mundo Frustrado


El primer proyecto de este año consistía en una historia con el tema del fin del mundo frustrado. Me pareció bastante interesante y quise desarrollar esta idea, espero haberla planteado bien. Sobre cuando alguien muere y el mundo sigue girando, nos llegamos a preguntar si en realidad la vida importa tanto como dicen. Después de todo nada se detiene cuando una persona fallece, solo el mundo de ellos y el de familiares o amigos que sufren la perdida. Espero que lo disfruten y cualquier observación pueden hacérmela. Gracias.

Un día sin Mónica

Son las seis de la mañana. El frío se cuela por las sábanas y le congela los pies. Él se levanta adormilado, se rasca el brazo izquierdo y observa el reloj en la mesita de noche. Acto seguido, vuelve a esconderse entre las sábanas, mientras jura que solo serán cinco minutos más. Entonces cae en la cuenta, que no hay nadie allí que escuche sus falsas promesas. Nadie que le cuente los minutos. Nadie que le llame "perezoso". Nadie.
El sueño se evapora. Le duele el pecho. Lo mejor es salir de aquella cama que es demasiado grande para una sola persona.
Con un perezoso caminar se dirige al baño, se cepilla los dientes, cuenta sus arrugas, aún no son muchas. Está comenzando a quedar calvo.
Se quita la ropa. Un temor le atormenta. Está expuesto al mundo. Se mete a la ducha y gira el grifo. Un chorro helado cae sobre él, congelando sus huesos. Comienza a temblar y a lanzar maldiciones que nadie escucha ni celebra.
El agua cae con mayor presión, el frío comienza a desaparecer o tal vez su cuerpo se ha acostumbrado. Una frescura se apodera de él. No es frío ni calor. es la perfección: calidez.
Las puertas corredizas de cristal, que rodean la ducha comienzan a nublarse. Su triste silueta en el espejo de baño desaparece y es reemplazada por una nube de vapor. Calor.
Observa el cristal. Casi puede jurar ver un corazón dibujado. Es la magia del vapor. Y junto al corazón distingue aquellas iniciales. Una cara feliz dibujada con torpeza. una frase sin terminar de escribir: “por siempre..."
El agua cae demasiado caliente. Quema su piel. Insoportable dolor. La visión se condensa junto al vapor. Ahora forma parte del universo.
Un universo que no deja de expandirse. Planetas que no dejan de girar. estrellas, constelaciones. Vidas. Muertes. Todo sigue un curso incierto. Nada importa tanto.
Vuelve a girar el grifo, unas pocas gotas frías caen sin que nadie les preste atención. Él se enjabona. ¿Qué día es ahora? Ya ha empezado un nuevo año, con propósitos que luego pasarán al olvido. Ha pasado casi un mes desde aquello, a nadie le interesa ya. Ahora esa es la nueva rutina.
Él había olvidado lo difícil que es ducharse solo. Sin nadie que te abrace cuando el agua cae con frialdad, ni que te distraiga con besos y mimos cuando el vapor quema la piel. Nadie que no pare de hablar sobre lo que hará ese día. Nadie que desenrede los cabellos mojados, ni con quien reírse al pasar el jabón.
Con desgano termina de bañarse. Sale lo más rápido posible a cambiarse de ropa a su habitación, cuando se está solo es mejor tener un poco de prisa.
Se asoma por la pequeña ventana que da al jardín. El cielo esta despejado, es un inmenso azul. El sol se encuentra radiante, las flores se han puesto preciosas y se hallan en su máximo esplendor. Incluso el césped parece tener un tono verde mucho más vivaz. Escucha voces de pequeños jugando con alegría, adultos intercambiando frases educadas. El mundo parece tan hermoso y Mónica no está aquí para verlo.
El veintiuno de diciembre del año dos mil doce. Todos hablaban de esa fecha. Del fin del mundo. Mónica y él lo tomaban con gran escepticismo. Pero existían noches en las que por alguna razón, él sentía miedo y tomaba con fuerza la mano de Mónica, preguntándose si realmente llegaría a suceder. Cuando se hablaba de esa fecha, se pensaba en tantas catástrofes. La verdad, él sólo podía imaginar que de pronto abriría los ojos y todos sería blanco, ya no estaría ni sentiría. Sería tan rápido que nadie notaría que efectivamente se acabó. Entonces todo se volvería negro, saldrían esas pequeñísimas letras como cuando en las películas se agradece a todos los que trabajaron, nadie se molestaría en leerlas.  ¡Listo! El universo estaría preparando su próxima película.  No ocurrió nada. Muchas personas se quejaron, aunque nadie en realidad habría deseado que aquella locura fuera cierto. La mayoría rieron, otros se sintieron estafados. A muchos se les frustró su tan ansiado fin del mundo.
Fue una pena. Es cierto que le temía un poco, pero al final no era tan malo. Es decir, los humanos llevan años destruyendo el planeta, un poco de karma no estaría mal. Todos se lo tenían bien merecido. A parte, que tarde o temprano todos tendrían que morir. Y esa fecha no sonaba nada mal. Quizá aquello era lo ideal.
Igual, no paso de esa forma. Aquella tarde, aburrido en su oficina al ver como todo seguía en pie y en completa calma, decidió llamar a Mónica para reír un rato con ella. Nunca contestó la llamada. Fue hasta casi en la noche, cuando llegó a la casa que se enteró del accidente.
El mundo no se había acabado, pero Mónica ya no estaba allí para vivirlo.
Estaba comenzando un nuevo año: el reloj seguía contando los minutos, las horas pasaban, los niños crecían; las clases comenzaban, el trabajo seguía siendo cansado, los ancianos seguían yendo al parque a ver palomas que volaban hacia un cielo que parecía demasiado azul para ser real. El sol alumbraba con descaro. Él debía seguir adelante y ser fuerte. Soportar los días sin Mónica. Vivir  en ese mundo que no aparentaba tener un fin cercano. Conocer personas, trabajar, ir de vacaciones en verano. Sonreír, bailar, olvidar y respirar. Mientras que para Mónica el mundo había terminado.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              

29 de noviembre de 2012

Proyecto de Noviembre: Las palabras prohibidas

Con algunas prisas, pero logré participar este mes. Espero no haber utilizado ninguna palabra prohibida. Aunque mi microrrelato, es una mezcla entre el tema de los niños jugando y un encuentro amoroso, pero mucho más inocente. ¡Que lo disfruten! Los leo pronto. Besos.



Una tarde en el parque 



Peter mantenía la mirada baja. Sus manos temblaban, mientras esperaba a Lori en el parque.
Comenzaba a helar. Se acercaba noviembre y un fresco viento, le hacia saber que moriría de frío en pocos días. En su mente, repasaba el discurso que le diría a Lori, imaginaba posibles respuestas y recreaba un imaginario dialogo entre ellos.
—Estoy aquí, Pete —dijo una pequeña, con una enorme sonrisa.
—Hola. Disculpa por pedir que vinieras hasta aquí, luego de la escuela —respondió Peter, intentando que no se notara, que temblaba sin parar.
—No importa. Igual planeaba venir a pasar la tarde aquí.
—¿Así? ¿Quieres pasarla conmigo?
—¡Por supuesto! —exclamó Lori.
Los dos niños la pasaron bien toda la tarde. Aquel era un hermoso y tranquilo parque. Se columpiaron juntos, usaron el subibaja, se deslizaron por las rampas y rieron sin parar, mientras perseguían un balón.
Al final de la tarde estaban exhaustos. Tirados sobre el césped, mirando las nubes. Tenían nueve años y no sabían muchas cosas todavía, pero conocían cosas muy importantes, que los adultos olvidaban al crecer.
—Debo marcharme, se hace tarde. Nos vemos mañana, en el cole —dijo Lori sonriendo, con cansancio. Se dio la vuelta y corrió. Sus trenzas enmarañadas, fue lo ultimo que visualizo Peter.
El pequeño guardo esa tarde en su mente. Suspiró. Al final, no había podido decir nada, se divirtió tanto que lo olvido.
No regresaría a la escuela. El doctor le había hablado, sobre cosas complicadas del cuerpo humano. Su madre menciono un tratamiento, unas operaciones... ella no paró de prometer que todo saldría bien. Él no estaba muy seguro de aquello, pues había escuchado a sus padres hablar, seriamente, sobre su condición. No tenía importancia, sabía que era inevitable, lo aceptaba. Solo se arrepentía, de nunca haberle dicho a Lori, todo lo que pasaba por su mente. Era un niño y no estaba seguro sobre como expresarlo. Pero esa tarde describía a la perfección, todos sus sentimientos. Deseó permanecer así: Lori, el parque, las nubes. Sin pensar en nada más. 

26 de septiembre de 2012

Proyecto de Septiembre 2012: El mes del asco

¡Hola! hace mucho que no escribía para adictos, lo hice con un poco de prisa ya que me encuentro en semana de parciales y nunca antes había intentado este género, aunque no me quedó muy gore que se diga >.< espero que lo disfruten y por supuesto comenten :) 
Juntos por siempre 


¿Alguna vez has amado a alguien? No me refiero a un amor débil o superficial, hablo sobre un profundo e incomprensible amor, de esos que poca gente llega a experimentar en carne propia.
Yo soy una de esas pocas personas afortunadas, le conocí en primavera y desde ese momento despertó algo nuevo en mí. Te diría su nombre, pero él me pertenece por completo, nadie jamás podrá poseerlo más que yo.
Ya sabes lo que dicen, cuando eres joven haces locuras por amor, cometí unas cuantas pero todas son perfectamente justificadas.
Él me gustaba tanto, pero pronto comprendí que si le dejaba ir, él no regresaría por mi... era un tipo que jamás daba nada a cambio, no me malentiendas, lo amaba pero su personalidad solía desesperarme.
No tienes idea cuanto intentó escapar, le tenía pánico al amor verdadero, así que tuve que ayudarle un poco, hacerle comprender que éramos el uno para el otro.
Fue sencillo, le seguía a diario, conocía su horario y cada uno de sus movimientos. Solía trabajar hasta tarde, sólo tuve que conseguir un poco de ayuda física y ¡listo! era completamente mío.
Lo lleve a mi casa de campo, lo instale en el sótano y cubrí de pesadas cadenas, nunca lograría escapar de nuestro amor.
Comenzamos a jugar. Cada vez se hallaba más débil y podía abusar más fácilmente de su cuerpo... me encantaría describirte el placer que me daba cada vez que le cortaba: comenzó con una filosa navaja, causando heridas superficiales, quise profundizar, llegar hasta su interior y clavarme en su corazón.
Un día sucedió. Él estaba tan débil, con su mirada vacía, casi carente de vida. Me posicione sobre él, le di un dulce beso y clavé mi cuchillo en su brazo, comenzó a sangrar, era un hermoso carmesí. Empezó a gritar, le prometí que todo estaría bien y volví a cometer contra su brazo, quería desmembrarlo, hacerlo mío... lamí la sangre del cuchillo y saque un par de agujas de mi bolsillo, las clavé en su cuerpo; por supuesto no dejaba de gritar... era molesto de esa forma, por lo que corte su preciosa lengua. Mi pobre amor estaba tan asustado, pero yo no podía soportar más mi excitación. Continúe besando su sangrienta boca, mientras le apuñalaba, quería abrir cada herida antigua, llegar a su corazón, bañarme con su sangre, sentir sus intestinos rodeando mis brazos, saborear su pálida piel; hacerlo mi carne, mi sangre, mi todo… sacar esos hermosos y aterrorizados ojos verdes, para que sólo me vieran a mi, ser su única chica. Ese día no pude detenerme hasta haberlo saboreado por completo.
Y aquí estoy querido diario, contándote sobre mis trágicas experiencias. Al parecer el amor es un arma de doble filo, abriendo las profundas heridas de mi amor una y otra vez, llegando hasta sus entrañas... sólo termine lastimándome a mi misma, descubriendo el monstruo que soy.
Pero yo todavía le amo, no puedo hacer nada más. Una muerte roja digna de Romeo y Julieta, es lo que planeó esta noche. Abrir mis venas y entregarme a lo que una vez fue mi adorado amante.