Sábado
Es un sábado por la
tarde y no tengo mucho que hacer. Podría pasar horas frente al monitor de la
computadora: viendo películas, buscando imágenes inspiradoras, chateando con
personas que no me interesan en lo más mínimo, actualizando mis cuentas,
descargando libros, escuchando música, jugando juegos en línea. Es toda la
diversión que conozco. Unas cuantas sodas y una bolsa de frituras harían mi fin
de semana perfecto.
Pero decidí salir a
caminar solo hacía ninguna parte. Caminar un rato por el parque, el cual está casi
vacío. No hay niños jugando, no hay amantes besándose. Tal vez el frío los
ahuyentó a todos. Ya casi se acaba el año, se puede sentir en el aire, en la
brisa que arrastra las hojas. Es como si quisiera decirnos que pronto nos
arrastrara hacia otro año que puede resultar distinto o idéntico a este. No sé
que da más miedo, que pueda ser un año mucho peor y catastrófico o que no
suceda nada diferente. No sé si es peor el dolor o la nada.
Me encuentro con la
primera adolescente que he visto en todo el parque. Es una chica de catorce
años, ¿tal vez?, cuyo rostro se encuentra cubierto de pecas y posee un cabello
castaño muy desastroso. Se mira triste y enfadada, quizá tuvo una pelea con su
madre. A medida que creces dejas de llorar por lo que dicen tus padres, sus
palabras hirientes se convierten en un eco, aún las escuchas y te lastiman,
pero ya las conoces tan bien que el dolor se vuelve inconsciente. Me gustaría
vivir en una sociedad en la que pudiese ir directo hacia esa chica, abrazarla y
decirle que con el tiempo todo será mejor. Pero en esta sociedad me creerían
alguna clase de violador pederasta y tampoco es como si pudiese mentirle
descaradamente. Las cosas en este mundo no van para mejor, ni un poco.
Ella se sienta en una banca
vacía. Comienza a llorar y marca un número en su celular. Nadie contesta su
llamada y yo sigo mi camino, consciente que nunca volveré a verla ni conoceré
su historia. Entonces me la imagino en un futuro como una ejecutiva incapaz de
mantener relaciones sanas con las demás personas y que por las noches llora
hasta quedarse dormida. Sola, completamente sola. Siempre imagino futuros
tristes para desconocidos, quizá es porque quiero pensar que no soy el único
que sufre o sufrirá.
No soporto más el frío
y decido pasar por algún café, a esta hora tal vez me encuentre un lugar
tranquilo en el que estar. Estoy triste, aunque no quiera pensar en eso, no
logró evitar sentirme así sobre cada cosa en el universo. Puede que el calor de
una cafetería me quite un poco de mi tristeza o puede que el vapor empeoré
todo.
Cuando caminas por las
confusas avenidas, atravesando calles, evitando autos y personas. Nadando
contra la corriente. Es el momento en el que extrañas el solitario parque donde
ya nadie va a pasear porque tenemos mejores cosas que hacer como perdernos en
la gran ciudad.
A veces creo que debo
tener la mentalidad de un adolescente, siempre les miro por las calles y me
siento como uno de ellos, mientras camino. Son a quienes más quisiera prevenir.
Quisiera decirles, carajo, deja de crecer, idiota. ¿No ves qué estas perfecto
así? ¿Por qué quieres ser un adulto tan rápido? No hay nada bueno aquí. Luego
querrás detener el tiempo.
Quiero detener el tiempo. Al final entro en una
vieja cafetería que hace mucho no visitaba. La campanilla suena cuando abro la
puerta y recuerdo todas las veces que sonó de la misma manera cuando la abría
junto a Jacqueline.
Porque las campanillas
en las puertas de las cafeterías nunca paran de sonar, a pesar de que no haya
una Jacqueline para que las oiga. Soy un tonto por pensar en venir aquí, donde
sólo puedo recordar cosas bonitas, sería más fácil si los recuerdos fueran
feos. Me sentiría agradecido, pero al final ella tenía razón. Que me iba arrepentir
de perderla, que me iba a doler vivir sin ella.
Aunque no la perdí, es
decir, ¿cómo diablos se pierde a alguien? No es como si la subí en mi coche a
base de mentiras, conduje hasta el bosque y la deje abandonada en medio de la
nada para que muriese de hambre y sed. Nadie la secuestró, nadie la asesinó.
Ella sigue viviendo en el mismo apartamento desordenado de siempre. Sigue
trabajando en la misma librería, sigue usando la misma falda floreada que tanto
le gusta, continua riéndose al ver las caricaturas por las noches y sigue
pintando retratos de extraños en sus fines de semanas libres. Así que no se
perdió, yo no la perdí. Las personas no se pierden así.
Las personas eligen
irse y continuar sus vidas sin ti. Eso es todo.
Y no me puede doler
eso, porque ya vivía mi vida sin ella antes de conocerla. Pude sobrevivir todos
esos tantos años de infancia y juventud sin estar a su lado, por lo que puedo
continuar viviendo lo que me queda sin necesitarla o sin que me duela. Pero a
Jacquie siempre le gustaron las metáforas y los nudos narrativos. O tal vez era
yo, quien siempre hablo demasiado y buscó hundirnos en un drama. Es tan raro ya
no poder hablar de “nosotros” porque ya no existe un “nosotros”. Ya no hay
nada, puedo saberlo todo sobre Jacquie, pero ella ya no es real en mi vida. Es
una desconocida, sin embargo se incluso cuáles son sus calcetines favoritos y
como luce cuando se despierta todas las mañanas.
Y en todo lo que divago
en mi mente, me encuentro sentado en una mesa para dos, junto a la vitrina. El
café se enfrió y no tengo con quien conversar un rato. Elijo ya no recordar a
Jacquie porque ya no es real, he clausurado sus recuerdos de mi mente. Las
heridas se cosen con las agujas del reloj, pero las personas olvidan que
siempre quedan cicatrices. Horribles cicatrices que, aunque ya no duelan, no
puedes olvidar como te las hiciste.
Miro el reloj de
pulsera en mi muñeca. Gloria me espera en casa, debe estar molesta. Me la
imagino conversando con el retrato de Ricardo, comentándole sobre el terrible
hijo que tuvieron. Que soy un bueno para nada, que todo es culpa de él por
haberme consentido demasiado. Estoy listo para marcharme, el café estaba
demasiado helado y amargo, pero me lo he tragado sin parpadear. Dejo la propina
en mi mesa para la mesera que no se lo merece porque, ni siquiera, me ha
sonreído al atenderme, pero pienso en lo horrible que debe ser sonreír a toda
clase de idiotas que entran por un café y siento lástima por ella.
Me voy hacía mi medio
vacía o medio llena vida de nuevo, no sin antes observar la camiseta de un
muchacho que toma un café helado, a pesar del frío, y lee algo aparentemente
interesante en su kindle.
Never
let them break your heart. Nunca dejes que te rompan el corazón, pero sí
que es fácil poner eso escrito en blanco sobre una tela oscura. Sí que es
genial. Pero, ¿cómo evitarlo? Si ya sé que un corazón no se puede romper; tal
vez extirpar, lo que causaría la muerte instantánea de la persona, y de seguro
te llevan a la cárcel por ello. Si ya sé que es una puta expresión de las que
tanto le encantan a Jacquie... ¿O le encantaban?
Si ya sé que igual me dan ganas de llorar al
pensar en todos los supuestos seres humanos que me han roto la vida desde que
tengo conciencia. Y nunca he aprendido la lección. Siempre les he dejado hacer
lo que quieran. Porque entre sentir dolor y no sentir nada. Prefiero el dolor
que me recuerda que sigo con vida y algo puede cambiar. Siempre habrá algún
momento que me hará feliz, a pesar de todo el infierno que pueda vivir. Lo hago
por la felicidad que resulta en un día, en una tarde, en una hora, en un minuto
o en un segundo bien invertido.